Aquella vela se
consumía muy deprisa, demasiado, de seguir así
no tendría luz
suficiente para mantener alejada la oscuridad de la noche
y el cansancio lo
vencería, y no, no se podía permitir el lujo de dormir
y que ella otra
vez se colara en su cabeza proclamándose
reina de sus
sueños, no, de ninguna manera quería soñar.
Durante el día
borraba cuidadosamente sus huellas para que las estrellas
no dieran con su
casa había y tapiado puertas y ventanas
para que las hadas
del sueño no traspasaran las de su vigilia,
y así pretendía
seguir, hasta que la luna se derritiese
en el cielo
o su cuerpo se
desvaneciera en el vacío.
iba para seis
meses que se fue y desde entonces se mantenía despierto
a base de quemar
velas negras y litros y litros de café.
Fue una relación
de algo más de tres años,
a veces nos costaba respirar estando tan cerca uno al lado del otro,
nos faltaba
espacio en el armario para colgar nuestros disfraces
y con el calor de
las palabras alguna vez se nos borraron de nuestra piel los tatuajes
que ambos nos
hicimos una tarde prometiéndonos eternidad,
pero seguimos
adelante, como un río de aguas bravas
donde los salmones
remontaban su cauce para ir a morir en su fuente,
libres y esclavos,
así nos sentíamos, cuerdos y locos
con el polvo
sagrado de la pasión revoloteando a nuestro alrededor,
así seguimos tres
años con sus veranos y sus inviernos,
con sus primaveras
en flor y sus lluvias de otoño, que aunque escasas,
fueron suficientes
para mantener a salvo nuestros corazones heridos,
así seguimos
rodando hasta que un mal día ella le dijo
que se marchaba,
que mis manos ya
no tallaban caricias en su piel que le recordaran que estaba viva
y necesitaba ir en
busca de nuevos caminos para sus pies.
La luz entró a
raudales por la ventana,
los colores de un
nuevo día sometieron a un asedio tal a sus parpados
que sus murallas
cedieron y despertó, con las entrañas desechas y el sudor frío
de quien se sane
acorralado y vencido, sí, una noche
pesada y oscura como el granito
cayó sobre su
consciencia y por fin se había dormido,
había visto su
cara y oído sus palabras sin sonido,
tenía la sensación
de estar al borde de un precipicio sin bordillo,
a un palmo de ese
silencio que no da tregua hasta que ha consumido a su presa,
con el dolor de su
alma sobre las brasas de un amor extinguido,
despierto y vivo
por que su corazón latía, pero muerto por dentro,
solo era cuestión
de tiempo que las campanas doblaran por él.
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