Desde mi balcón se divisa el fin del mundo,
la desnudez del aire es una corriente de voces que se
confiesan libres
que vienen desde el otro lado del cabo de Hornos
anunciando la doliente nostalgia de lo que se pierde.
No debería haber dicho esto ni hacer apología de la
fantasía
pero con ella es como se sostiene la lluvia dentro de las
nubes
y ellas riegan la tierra con su amor cuando lloran los
ángeles,
no debería soplar sobre la ceniza de los árboles
derribados
ni sobre la escarcha de la luz marchita
cuando el sol se suicida por las noches,
no debería haber sirenas en mi sangre ni mares en mis
lágrimas,
tampoco deberían tener talla las mentiras
y la verdad debería lucir desnuda por las calles
sin que nadie la condenase a muerte.
Nadie tiene razón cuando se esconde
detrás de un bosque de palabras que nadie entiende
y balbucea sus razones con gestos deformes en un lenguaje para sordos,
nadie es hermafrodita,
por lo tanto nadie es tan capaz de reproducirse por sí
solo
como para no contar con otro,
la ley del mundo es vida, la primera regla para el vivo
es demostrar que aún no ha cavado su tumba
y que por muchas cruces que le claven en el pecho
siempre habrá un silencio vacante en algún sitio
para estampar en él nuestra firma y última rúbrica.
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